Lienzo de Tlaxcala Tenochtitlan viruela

Esta página del Lienzo de Tlaxcala pone de manifiesto dos de las claves que tradicionalmente han explicado la conquista de México: la diferencia tecnológica y de mentalidad militar entre españoles y mexicas, y el amplio apoyo que los los de Cortés encontraron entre los pueblos sometidos por estos, como los tlaxcaltecas. Pero lo que no explica es que, previamente, la viruela había diezmado a las poblaciones mesoamericanas, mermando su capacidad de reacción de los mexicas ante el avance de sus enemigos.

De sobra es conocido cómo las enfermedades transmitidas involuntariamente por los españoles (y sus esclavos africanos) que se trasladaron a las Indias desde finales del siglo XV tuvieron un efecto devastador entre las poblaciones autóctonas americanas. Aunque con opiniones diferentes no ya del alcance de las diversas afecciones que cursaron en forma de epidemia y devastaron a los habitantes del Nuevo Mundo, sino de qué fenómeno fue el más determinante –las guerras de conquista, la propia aplicación de un sistema económico y social colonial perverso, explotador y cruel o bien las mencionadas enfermedades–, lo cierto es que demógrafos históricos de la talla de Nicolás Sánchez Albornoz, Noble David Cook o Massimo Livi-Bacci han aportado conocimientos decisivos al respecto de tan terrible y macabra temática. El propio N. D. Cook señaló que, en cuanto a la mortalidad causada por las enfermedades de origen euroasiático y africano, la gripe mató al veinte por ciento de los indígenas, la viruela al treinta y cinco y el sarampión a otro veinticinco por ciento, todo ello antes de 1540. Como vemos, la viruela se destacó desde bien pronto.

La irrupción de la viruela en América

Producida por el virus Variola virus, la enfermedad hizo acto de presencia por primera vez en la isla de La Española (la actual ínsula compartida por Haití y República Dominicana) en 1507, pero reapareció con fuerza desde fines de 1518. En un breve plazo se cobró la vida de cerca de una tercera parte de los aborígenes supervivientes (desde la llegada de Cristóbal Colón a la ínsula en 1492). Dichos detalles nos son conocidos merced a las informaciones que, al respecto, le hicieron llegar a Carlos I los frailes jerónimos que, en aquellos momentos, gobernaban en la isla. Para entonces, la enfermedad también había alcanzado a Puerto Rico. Y hubo de arribar asimismo a Cuba. Por otro lado, y aunque se han propuesto otras enfermedades, es muy factible pensar que el emperador inca Huayna Cápac muriese probablemente a consecuencia de la viruela en 1530, o quizá algunos años antes, pues dicha cuestión también está sujeta a la controversia.

Pero ¿cómo afectó la viruela a la conquista de México? Fue con la llegada procedente de Cuba de la hueste de Pánfilo de Narváez, un lugarteniente del gobernador de dicha isla, Diego de Velázquez, designado con el propósito de detener y castigar al díscolo Hernán Cortés, que había emprendido la conquista del Imperio mexica sin permiso de su superior. Ya en marzo-abril de 1520 la viruela alcanzaba desde Veracruz a la ciudad de Cempoallan, que, habitada por los totonacas, había sido la primera en adherirse a la causa cortesiana un año atrás. Una duda importante es si solo era la viruela la dolencia que afectaba a los aborígenes, pues también se han detectado síntomas que parecen indicar la presencia de tifus y de sarampión. En una fuente muy importante, pues recoge el punto de vista aborigen, los llamados Anales históricos de Tlatelolco, se puede leer:

«Enseguida, después, se extendió la enfermedad: la tos, la fiebre ardiente, la pequeña lepra. Luego la enfermedad salió un poco».

Se ha afirmado que uno de los esclavos africanos de la hueste de Narváez, castellanizado su nombre como Francisco de Eguía, fue el portador involuntario del virus e infectó a la familia totonaca con la que residía en Cempoallan.

La viruela, avanzadilla de Cortés

Para los mexicas, la enfermedad alcanzó México-Tenochtitlan en el mes de septiembre, es decir, que tardó menos de medio año en llegar al valle central desde la costa; definieron la viruela como una “gran lepra”, o huey huatl, o bien un “gran sarpullido”, o huey zahuatl. La enfermedad pasó por Cuatlan, Chalco, donde fue terrible y duró setenta días, y alcanzó la propia Tlaxcala. De ella murió uno de los señores principales, Maxixcatzin. Poco después también acabó con la vida del tlatoani mexica Cuitláhuac, con la del señor de Tlacopan, Totoquihuatzin (suegro de Moctezuma, siendo sustituido por Tetlepanquetzal), e, incluso, en tierra de los tarascos, con la vida del cazonci, es decir, de su tlatoani, Zuangua. La epidemia remitiría a fines de noviembre en México-Tenochtitlan, pero para entonces habría dejado a los mexicas no solo muy castigados numéricamente sino también psicológicamente.

Enfermos de viruela durante el asedio de Tenochtitlán

Enfermos de viruela durante el asedio de Tenochtitlán (1521) según una miniatura de la Historia general de las cosas de Nueva España, o Códice Florentino, de Bernardino de Sahagún (ca. 1499-1590), Biblioteca Laurenciana, Florencia. La viruela sería la más letal de las epidemias que diezmaron a la población indígena en la América de la conquista.

Ahora bien, si las operaciones militares del cerco de la ciudad se produjeron entre fines de mayo y mediado agosto de 1521, y los mexicas contaron con un tlatoani enérgico como Cuauhtémoc, quien habría dado órdenes de eliminar los cuerpos de los infectados con celeridad, pues el clímax de la epidemia se superó a fines de noviembre de 1520, como se ha señalado, ¿no es posible que hayamos magnificado la importancia de la epidemia de viruela como uno de los grandes justificantes de la conquista de México-Tenochtitlan? Al menos un investigador, F. J. Brooks, así lo cree. Por otro lado, si atacó duramente a los mexicas, también lo hizo con los aliados cortesianos: ya hemos visto que se infectaron tlaxcaltecas, cholultecas o tepeacanos. En esta última campaña, en Tepeacac, Vázquez de Tapia aseguró que una tercera parte de los aborígenes murieron y eso les evitó tener que luchar con muchos más guerreros al avanzarse en la conquista. Además, este cronista, y anteriormente soldado, distinguía entre viruelas y sarampión. Para él, la epidemia fue doble: de viruelas y sarampión. En definitiva, los cronistas en general se centraron mucho en la afectación de la epidemia entre el enemigo mexica, puesto que usaron la enfermedad como un factor más dependiente de la Providencia Divina para explicar la derrota aborigen.

En palabras de Vázquez de Tapia:

«[…] en esta pestilencia murió gran cantidad de hombres y gente de guerra y muchos señores y capitanes y valientes hombres, con los cuales habíamos de pelear y tenerlos por enemigos, y milagrosamente Nuestro Señor los mató y nos los quitó de delante».

Pero, claro, que la misma enfermedad diezmase también a los aliados, cuyo concurso fue otro factor clave en la victoria, no podía ser una cuestión que se airease, más bien todo lo contrario. Un cronista, fray Juan de Torquemada, hizo referencia al hecho de que los aborígenes que pudieron superar la plaga fueron aquellos que, haciendo caso a los españoles, ni se bañaban ni se rascaban las pústulas. Además, hizo un recuento de la capacidad demográfica favorable a Cortés contemplando a todos sus aliados hasta aquel momento, incluida la provincia de Tepeacac, con el resultado de contar con cuatrocientos treinta mil vecinos, es decir hogares, y sin mencionar las poblaciones de otros muchos lugares pequeños. Por ello, no es de extrañar la alegría del caudillo extremeño, pues «Con todo eso tomó ánimo, con el gran número de gente que había para todo y la voluntad con que mostraban irle a servir», escribió Torquemada.

¿Una importancia exagerada?

Sea como fuere, la gran epidemia tuvo consecuencias insospechadas. A nivel político, se alteró el orden sucesorio en numerosas localidades, no solo en México-Tenochtitlan o en el mundo tarasco, también ocurrió en Chalco y en Cholula, por ejemplo. Y un hábil Hernán Cortés siempre supo aprovechar tales circunstancias para colocar al frente del gobierno de dichas localidades a sus acólitos. Pero, además, en un orden vital mucho más prosaico, también hubo grandes cambios. Lo explicaba así el cronista López de Gómara, quizá con gran exageración: la muerte de muchas mujeres a causa de la viruela condujo a la hambruna, pero no tanto por carecer de pan, sino de harina «porque, como ni tienen molinos ni tahonas, no hacen otro las mujeres sino moler su grano de centlie entre dos piedras, y cocer. Cayeron pues malas de las viruelas, y faltó el pan, y perecían muchos de hambre».

 

Antonio Espino López es docente en la Universidad Autónoma de Barcelona desde 1993 y catedrático de Historia Moderna desde 2007. Es especialista en la historia de la guerra en la Edad Moderna. Entre sus monografías destacan Guerra y cultura en la Época Moderna (Madrid, 2001); La conquista de América. Una revisión crítica (Barcelona, 2013), Las guerras de Cataluña. El Teatro de Marte (1652-1714) (Madrid, 2014) y Plata y sangreLa conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú (Madrid, 2019) y Vencer o morir. Una historia militar de la conquista de América (Madrid, 2021). Ha publicado artículos de investigación en revistas como Hispania (Madrid), Bulletin Hispanique (Bordeaux); Cheiron. Materiali e strumenti di aggiornamento storiografico (Milano); Historia (Santiago de Chile); Histórica (Lima) y Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Hamburg).

Bibliografía

  • G. Baudot y T. Todorov,  Relatos aztecas de la conquista. Anales históricos de Tlatelolco, México D.F., CNCA/Grijalbo, 1990.
  • F. J. Brooks, “Revising the Conquest of Mexico: Smallpox, Sources and populations”, Journal of Interdisciplinary History, XXIV, 1993, pp. 1-29.
  • Noble David Cook, La conquista biológica. Las enfermedades en el Nuevo Mundo, Madrid, Siglo XXI, 2005.
  • Massimo Livi-Bacci, Los estragos de la conquista. Quebranto y declive de los indios de América, Barcelona, Crítica, 2006.
  • Nicolás Sánchez Albornoz, La población de América Latina desde los tiempos precolombinos al año 2000, Madrid, Alianza editorial, 1973.
  • B. Vázquez de Tapia et alii, La conquista de Tenochtitlán, edición de Germán Vázquez, Madrid, Historia 16, 1988.

Fuentes

  • Hernán Cortés, Cartas de Relación, Barcelona, Sarpe, 1985.
  • B. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, edición de Guillermo Serés, Madrid, Real Academia Española, 2011.
  • Francisco López de Gómara, Historia de la Conquista de México, Caracas, Ayacucho, 2007.
  • Fray Juan de Torquemada, Monarquía indiana, México D. F., UNAM-IIH, 1975-1983.

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